Carlos Casabona, Editorial Pomares, 2022
Esta primera novela de Carlos Casabona nos adentra, con una extraordinaria sensibilidad, en una etapa de la historia de España, en la que los sentimientos más puros y nobles eran arrojados al abismo de la intolerancia.
Dos adolescentes, amigos desde la infancia, descubren en sus paseos en bicicleta que el afecto que se profesan trasciende lo aceptable, no sin sorpresa y profunda zozobra. Bellos paseos en los que la naturaleza brilla con luz propia y el mar se vuelve testigo de lo que entre ellos aflora.
El mar, el mar…, que guarda infinitos secretos de quiénes por su orilla se asoman, y perciben el horizonte con la ilusión de sentir en su corazón los armoniosos cantos de las sirenas, que noche tras noche acunan a quiénes se mecen con sus melodías.
Entre ellos Juan y Jaime, dos almas inocentes que se encuentran, se sienten y que en el roce de su piel descubren emociones que les confunden, que no saben identificar, aun suscitándoles ternura y un hondo apego. Emociones que, al ser reconocidas por sus familiares, son reprimidas ante el “escandalo” de una sociedad sustentada en la apariencia y en el qué dirán.
Más la fuerza de la vida, que es irrefrenable, ha permitido que alcancemos cimas, que hasta hace poco tiempo parecían sueños. Cimas desde las cuales divisamos a nuestra espalda el pasado, un pasado que condiciona nuestro presente y nos desliza hacia un futuro que entre todos bosquejamos, como si se tratara de los primeros apuntes pictóricos de un gran maestro, que con sus trazos define lo que será su obra final.
A pesar de que los desenlaces de los asuntos humanos sean caprichosos, estoy segura de que, si ayer mismo hubiéramos encontrado a Juan y a Jaime paseando juntos en sus bicicletas, disfrutando de la brisa del mar, vislumbraríamos en sus ojos la felicidad de quienes por hallarse se muestran dichosos entre los más dichosos. Acabando la jornada con una buena merienda y conversación en casa de sus familiares.
Les recomiendo la lectura de Juan, el mar y los miedos, pura delicadeza, en un retrato intimista de tantas y tantas historias humanas que, vistas desde la mirada actual, reconfortan con el ser humano. Todo ello por el arrojo de quienes, lejos de rendirse alcanzaron lo impensable y por el sentir de un país como el nuestro que, emulando el pensamiento de Heráclito, ha hecho del cambio, bandera de la justicia, aunque – si me permiten- a un ritmo excesivamente lento.