El Madrid de la posguerra, el Madrid castizo, desde el barrio de Embajadores hasta el de Ventas, es descrito con detalle en su vida cotidiana, en la miseria de la época y en el estraperlo. Una posguerra en donde el miedo y la valentía coexistían en un ambiente lúgubre de historias humanas plagadas de sentimientos encontrados. El lenguaje es culto, directo, incluso desgarrador en algunos momentos y traslada al lector desde la inocencia y la bondad hacia la maltad más cruel. De la mano de su protagonista, Pablo, se reconoce el espíritu de lucha y de valentía de los que, a pesar de las dificultades, de las injusticias y de las persecuciones no cejan en su empeño y salen adelante, aunque las tinieblas y la oscuridad resulten tan perennes, que parezca que nunca vaya a salir el Sol. Pero, el Sol hace su aparición, en la amistad, en la solidaridad, en el amor, en los sueños, en la risa de los niños que juegan ajenos a la realidad, en definitiva, en la contradicción del vivir.
‘La mitad de los pecados’ nos arroja a un mundo de sensaciones paradójicas, pero sobre todo nos hace partícipes del verdadero valor de la contingencia, de la provisionalidad, de la borrachera de los poderosos, de la caída de los Dioses, de la justicia traicionada por la búsqueda del fin, del aprecio sin quererlo de la muerte y del silencio agradecido por acabar con la pesadilla. La pesadilla de los victoriosos y la paz de los yugulados, de los callados, de los temerosos, de los muertos en vida, aunque la envidia siga modulando nuestras relaciones humanas y nunca estemos a salvo de ella.
Les recomiendo su lectura, les dejará un sabor agridulce, lleno de matices sobre la naturaleza humana, pero principalmente es un canto a la esperanza y a la más firme convicción de que aunque el futuro se presente tozudo es susceptible de ser diferente al previsible, aunque ello conlleve lo que nunca se debe hacer, siendo como es la más terrible de las infamias, el más perverso de los delitos.