2022 no ha sido un año fácil ni para los españoles ni para el Gobierno.

Después de la grave pandemia y sus consecuencias de todo tipo, desde las económicas a las sociales y, por supuesto, las individuales con prejuicios para la salud y la sociabilidad, llegó la invasión de Ucrania. Una guerra en Europa con toda la crueldad que supone y el enorme daño en pérdidas de vidas, los millones de ucranianos desplazados, los daños económicos, y la destrucción de ciudades y hogares.

España tiene sus propios problemas, eso es indiscutible, entre ellos, la falta de lealtad de la oposición, representada de forma extrema por la ultraderecha, y de forma maniquea por el PP. Una deslealtad que es una forma de actuación habitual: bloqueo de las principales instituciones como el poder judicial, la negación a consensuar cualquier plan de Estado (aunque sean medidas de ayuda para la ciudadanía), y la búsqueda del descrédito gubernamental en cualquier ámbito. Porque, pese a los problemas que tengamos en nuestro país, no hay que dejar nunca de mirar a nuestro alrededor: la situación de malestar es mundial, los problemas económicos y la inflación está en todos los países (de hecho, España está por debajo de la inflación europea), la preocupación por las consecuencias de la guerra se acentúa en todos los países, …. Es decir, nuestros problemas son los mismos que en el resto de Europa. ¿Es un consuelo? No, es una realidad, porque conocer las circunstancias son imprescindibles para un buen análisis.

Pese a la difícil situación, el gobierno de Sánchez no ha dejado ni un solo momento en desamparo a los españoles: eliminación de la precariedad laboral, subida de pensiones, cheques de ayuda, mayor número de becas, ayudas en la subida de la gasolina y la electricidad, ayudas para los afectados de catástrofes naturales, rebaja del IVA en alimentos de primera necesidad, etcétera y etcétera.

¿Suficiente? Nunca es suficiente para paliar desgracias, pero hay que reconocer las diferencias de gestión entre un gobierno progresista y el anterior gobierno conservador cuando la crisis económica del 2008.

Estamos ante el primer Gobierno de coalición que ha superado de forma sobresaliente todos sus presupuestos, que ha sabido negociar leyes y medidas, y que ha llevado adelante el mayor número de subvenciones y ayudas nunca vistas en tan corto periodo de tiempo.

Pese a las dificultades objetivas y las zancadillas provocadas, en mi opinión, la gestión de Sánchez y su gobierno ha sido satisfactoria.

Sin embargo, quiero elevar la mirada ante este final de año y que mis últimos deseos vayan dirigidos hacia dos poblaciones que viven en el infierno: Ucrania e Irán.

Espero que las negociaciones de paz sean inminentes. El daño está hecho y es mucho. Nadie saldrá ya beneficiado de esta situación. Ya no hay ganadores. Solo vencidos. Espero pues que existe una gota de sentido común, el mínimo imprescindible, para dejar las armas durante un momento, pensar en las vidas perdidas y paralizar la guerra.

Y el segundo deseo es para la población musulmana.

Después de varias ejecuciones realizadas a jóvenes iranís, está pendiente la vida del futbolista profesional Amir Nasr-Azadani, de 26 años, cuyo único delito es defender las protestas a favor de los derechos de las mujeres en su país. Derechos de las mujeres que se han convertido en derechos humanos de toda la población.

Anteriormente, fueron ejectuados Mohsen Shekari y Majidreza Rahnavard, ambos de 23 años, tras ser condenados por el delito de moharebehpor un tribunal revolucionario. Dentro de la sharía, el moharebeh es un término legal técnico que tiene varias traducciones que incluyen “hacerle la guerra a Dios”, “guerra contra el Estado y Dios” u “odio contra Dios”, de manera que los culpables son “enemigos de Dios”.

Ya ha pasado el mundial de fútbol. Quizás su final debería haber sido un grito unánime, alto, desgarrado, universal, por encima del “goooooool” que tanta emoción despierta, de defensa por la vida de Amir. Un grito que supusiera un acoso del gobierno islámico. No fue así.

Aunque el mundial haya terminado, no podemos olvidar que la vida del futbolista, y de muchos otros jóvenes que pueden engrosar las ejecuciones, depende de que no olvidemos, de que gritemos, de que se denuncie la actitud de los locos islamistas dictadores que gobiernan Irán.

De la misma manera que no se puede ni se debe permitir el estado de terror impuesto en Afganistán por los talibanes, especialmente contra las mujeres a las que les imponen un apartheid. La vida pública de las mujeres afganas se estrecha, y las encierran en vida. Ahora desde la intolerancia y el absurdo más loco y cruel, el gobierno talibán prohíbe a las mujeres estudiar, cerrando las puertas de las Universidades.

Están destrozando la vida de millones de mujeres, el futuro de las niñas, y el futuro de su propio país. Lo que ocurre en Afganistán no solo debe remover nuestras conciencias sino también aunar esfuerzos públicos y privados, colectivos e individuales, para no dejar solos a las poblaciones musulmanas en su búsqueda por encontrar una religión tolerante, permisiva y democrática.

Resulta paradójico, triste y cruel pensar que la primera universidad del mundo, la Universidad de Al Qarawiyyin, fue fundada por una mujer musulmana. Fundada en 859, es considerada por la Unesco y el Libro Guinness de los Records como la más antigua del mundo que sigue en funcionamiento. Su creación fue 200 años antes del surgimiento la universidad de Bologna, Italia, la primera de Europa, en 1088.

Y fue Fátima al-Fihri, una emigrante de Kairuán (también Qayrawán), en la actual Túnez, quien se estableció en la ciudad marroquí junto a su familia que había sido exiliada, y con su herencia, decidió construir una universidad.

Hoy, su biblioteca contiene algunos de los manuscritos conservados más antiguos de la historia islámica, siendo una de las más importantes del mundo árabe.

Que nuestros últimos deseos de paz y felicidad sean para todas aquellas personas que sufren infinitamente más que quienes tenemos la fortuna de celebrar con uvas la entrada de un nuevo año.