El año 2020 será recordado por la humanidad como el año de la pandemia del coronavirus (COVID-19). Las repercusiones sanitarias, económicas y de toda índole fueron impensables cuando se dieron los primeros casos en la ciudad China de Wuhan. En la fecha en la que se escriben estas líneas las personas infectadas en el mundo superaban los setenta millones de infectados y había más de un millón setecientas mil personas fallecidas.

Fue el 11 de marzo cuando la OMS declaró formalmente el estado de pandemia, centrándose nuestras vidas en luchar contra tan mortal adversario. Las conversaciones del día a día se redirigieron hacia esta nueva “peste” de la humanidad, alentadas por las informaciones ofrecidas por los medios de comunicación y las redes sociales (que han alcanzado un papel protagonista frente a tan particular coyuntura). Para los más privilegiados el refugio ha sido adentrarnos, desde el ámbito privado del hogar, aunque quizá más que nunca público, en las emociones de las que nos proveen los creadores (artistas, intelectuales, escritores…), con la finalidad de trascender la incertidumbre y alejar la zozobra.

El vivir de la mano del virus SARS COV 2 ha tenido un efecto, a modo de lupa, que ha amplificado notablemente las inseguridades, los déficits y las desigualdades existentes en las sociedades capitalistas actuales. Desde las debilidades de la cooperación internacional para anticipar y enfrentarlo, al papel de los Estados en la provisión de bienes públicos de primera necesidad (aún a riesgo de controlar en exceso la movilidad de las personas), la depresión económica global, llegando a los cambios en los estilos y hábitos de vida…

Numerosos son los tópicos sobre esta etapa que estamos transitando, quizá el más recurrente sea que encaramos un mundo nuevo, no hay dudas que los meses pasados y lo que está por llegar dejará heridas y huellas difíciles de borrar, ahora bien, el mundo pre-covid estaba sumido en una profunda mutación.

Otras ideas manidas son para algunos que la pandemia ha supuesto un antes y un después en nuestro existir, un parón vital, mientras para otros asistimos a un proceso de aceleración histórica, como si viajáramos en una máquina del tiempo, desde las mimbres de un pasado cronológicamente muy cercano, pero morado a un ritmo vertiginoso y sentido como si hubieran transcurrido décadas desde finales del año 2019.

De lo que nadie duda es que nos hallamos ante una situación inédita para las generaciones actuales, pero salvando las distancias, no difiere a la ira de los dioses o la de Dios, descritas a propósito de catástrofes sanitarias y demográficas por narradores como Tucídides, Procopio o Boccacio.

Sea como fuere, nadie pondría en tela de juicio que llevamos tiempo inmersos en la globalización; con un fabuloso desarrollo de las tecnologías de la comunicación y la información (TICs), a partir de las cuales  hemos construido mundos paralelos en donde “circulamos” con mayor o menor comodidad e intensidad (al menos en los países más desarrollados y salvando las brechas digitales); con extraordinarios avances en biológica molecular, genética humana y biotecnología (a ella debemos las vacunas que vencerán al mal), que a algunos nos siguen pareciendo de ciencia ficción, proyectándonos hacia escenarios como los bosquejados en las distopias de Orwell y Huxley. En conexión con lo anterior consignar la emergencia de los populismos, que han traído ideas de intolerancia, de fragmentación, de “no comunidad”, llegando hasta los movimientos migratorios, fruto de las desigualdades sociales, el hambre, la miseria y la falta de expectativas para millones de seres humanos.

Una globalización que ha hecho posible, gracias a la cooperación de cientos de grupos de investigación e investigadores de todo el mundo, que se desarrollaran varias vacunas para aniquilar a este letal contendiente. Especial relevancia han tenido las TICs que han facilitado el teletrabajo, la telemedicina, la educación on line, compras on line…, además ser la vía principal de contacto con los familiares, allegados, conocidos/ desconocidos y un espacio para el ocio y el esparcimiento.

Las redes sociales se han convertido (“a la fuerza ahorcan”) en las reinas de lo relacional, hasta el punto de que la noción de relación parasocial, acuñada por Donald Horton y Richard Wohl en la década de los cincuenta del siglo XX para mostrar la ilusión de interacción recíproca que los ciudadanos de a pie experimentaban hacia personajes y figuras mediáticas (en aquel momento, fundamentalmente, televisivos)[1], trasciende la ilusión para convertirse definitivamente en verosímil, a resultas de la bidireccionalidad del vínculo y/o interacción puntual. Por poner ejemplos, con líderes políticos, grandes empresarios, artistas o científicos…. (en su mayor parte con equipos de comunicación que se ocupan de estos menesteres).

Observamos la vida de quienes se exponen en este escaparate, pertenezcan a nuestro grupo primario o secundario, sean conocidos, desconocidos o personalidades destacadas, quedándonos dos opciones: ser meros espectadores de lo ajeno o participar activamente en este espectáculo siempre en continúo movimiento. Es decir, establecemos relaciones parasociales con personajes y figuras mediáticas, que de otra forma no estarían a nuestro alcance. ¿Siguen siendo éstas una ilusión o quizá ya no?…  No tengo reparos en declarar que me siento como un pececillo arrastrado por la corriente de un manantial (no quiero perder el anclaje humano a la naturaleza), en el que nado y nado, tratando de acomodarme a lo imparable.

Lo virtual ha adquirido tal poder que ha anidado como las raíces de un árbol a la tierra, debiendo ser conscientes tanto de sus bondades, como de sus oscuridades, convertidos como creo que somos (si me permiten la licencia), marionetas en manos de las todopoderosas plataformas y redes sociales, que dominan y dirigen nuestros pensamientos y comportamientos en función de sus intereses. Pero, este es otro tema que merece páginas y páginas de reflexión y de análisis pausados, aunque a la luz de los últimos acontecimientos juzgo cobra especial significación.

Al finalizar estas líneas millones de personas siguen luchando por salvar sus vidas frente a la COVID-19, pero también los olvidados siguen padeciendo hambre, miseria, indignidad, crueldad… en un mundo que ha sido capaz en unos meses de crear una fórmula “mágica” para aniquilar el mal. Y todo ello mientras los días y las noches avanzan, advirtiéndonos del irremediable paso del tiempo y de que por cada segundo que pasa nada es igual, aunque la injusticia siga anclada entre nosotros.

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[1] Donald Horton y  Richard Wohl, “Mass Communication and Para-Social Interaction. Observations on Intimacy at a Distance, Interpersonal and Biological Processes, Volume 19, Issue 3, pp. 215-229, 1956.

 

Fotografía: Carmen Barrios