Tras tres meses de guerra en Ucrania, está claro que Putin ha fracasado en su estrategia inicial de guerra relámpago para tomar Kiev, derribar el gobierno legítimo, y dominar el conjunto del país. Esto se explica fundamentalmente, por la moral de victoria del pueblo y de las fuerzas armadas ucranianas, la asistencia militar occidental, y los errores estratégicos e insuficiencias materiales y logísticas del ejército ruso. En consecuencia, las fuerzas rusas han sido derrotadas a las puertas de la capital, pero también en las afueras de la segunda gran ciudad, Járkov, de donde se han tenido que retirar. La ofensiva en la región del Donbás tiene por finalidad conquistar por completo las provincias que la componen, Lugansk y Donetsk, lo que permitiría a Putin incorporarlas a la Federación rusa, poner fin a la guerra, y declarar victoria. Alternativamente, el control del Donbás le proporciona unos activos muy útiles en unas hipotéticas negociaciones de paz. Esta operación avanza lentamente y con un alto coste en términos de material y vidas de soldados rusos.

Dicho esto, no es menos cierto que Rusia esté cerca de conquistar la totalidad del Donbás. Si bien antes de la invasión los separatistas pro-rusos dominaban una tercera parte de este territorio, en la actualidad las fuerzas rusas y aliados controlan ya la práctica totalidad de Lugansk (simbolizado en la caída de la devastada Mariupol), y el ochenta por ciento de la región en su conjunto. Además, han ocupado una gran área al norte de Crimea (con las ciudades de Jersón y Melitopol), lo que permite además conectar la península con el Donbás y expulsar a Ucrania del mar de Azov. Son tres los escenarios posibles.

En un primer escenario, la consolidación de un Donbás dominado por Rusia y unido a Crimea por la cuenca sudoriental del Dniéper supondría una nueva y sustancial amputación territorial a Ucrania. La conclusión sería que las agresiones salen a cuenta, aun cuando la invasión Putin no le salga gratis en términos militares (elevadas pérdidas materiales y humanas) geopolíticos (incorporación de Finlandia y Suecia a la OTAN), económicos (exclusión de la economía mundial), y jurídicos (condena de la Asamblea General de Naciones Unidas, apertura de procedimientos antes el Tribunal Internacional de Justicia y el Tribunal Penal Internacional).

Difícilmente puede Ucrania, pero también Occidente, permitirse semejante conclusión. Las fuerzas armadas han demostrado su capacidad para organizar contra-ataques efectivos en los alrededores de Kiev y Jarkov, de donde se han retirado los invasores. Kuleba, el ministro de exteriores de Ucrania, ha declarado que sus objetivos militares incluyen recuperar su integridad territorial (es decir, incluso Crimea).

Un segundo escenario supondría, reconquistar el resto del territorio perdido al este y al sur del país, incluso sin pensar en la península, lo que es poco realista, requiere una potente contra-ofensiva, lo que implica un compromiso de asistencia militar todavía mayor por parte de la Unión Europea y de los Estados Unidos. Biden acaba de autorizar un nuevo paquete por valor de 40.000 millones de dólares. Mientras que Europa, por su parte tendría que poner fin a las compras de gas y carbón ruso, ya que esto supone una subvención directa a la maquinaria de guerra de Putin. Lograr esta desconexión no es sencillo, sobre todo para algunos Estados miembros.

Con carácter general, la Unión debe encontrar la manera de reducir la inflación derivada del aumento de los precios de la energía, las materias primas, y los alimentos, sin subir excesivamente el tipo de interés, lo que podría causar una recesión. Un nuevo plan europeo de asistencia y resiliencia podría aliviar la situación si se focaliza en los cuellos de botella, aumentando la oferta autóctona de los productos escasos y abaratando la compra de bienes importados, tal y como ha reclamado el Parlamento Europeo en su resolución del 19 de mayo de 2022. De lo contrario el apoyo popular a nuestro compromiso con Ucrania se podría resentir irremediablemente.

En todo caso, este escenario, el de una victoria total de Ucrania, entendiendo por tal una recuperación total del territorio perdido desde el 24 de febrero de 2022, resulta también inquietante, pues un Putin humillado de esta manera se podría ver seriamente tentado de recurrir a armas químicas, bacteriológicas, o nucleares de tipo táctico. Para evitar esta eventualidad, Occidente tendría que ir replanteando la vía de salida rechazada por el Kremlin antes de la invasión. Es decir, la negociación de nuevos acuerdos sobre control de armas y desarme, y transparencia de ejercicios militares, mutuamente beneficiosos para Rusia y la OTAN.

El tercer escenario podría ser una eternización del conflicto, sobre las posiciones actuales, que no permitiera a ninguno de los dos bandos declararse vencedor y poner fin a las hostilidades, unilateralmente o de mutuo acuerdo, si por lo menos Ucrania no pierde lo que le queda del Donbás. En tal situación Rusia tendría difícil declararse vencedor sin un control total de Lugansk y Donetsk, pero tampoco lo podría hacer el país invadido, con tanto territorio en manos del invasor.

Los tres posibles finales plantean serias dificultades y dilemas. Solo cabe hacer lo necesario para favorecer el escenario menos lesivo para Ucrania, Occidente, y el orden internacional.