La etapa de Pablo Casado se cierra. Solo queda por ver si en su partido le despiden de mala manera o preservando mínimamente su dignidad, pero ya está claro que no seguirá al frente del mismo. Al PP se le abre ahora la oportunidad de decidir si prefieren persistir en el error de querer parecerse a Vox o si eligen comportarse como el partido con visión de estado y de gobierno que nuestra democracia necesita.

El periodo de más de tres años protagonizado por Casado ha sido muy negativo para esta. Con algunos bandazos transitorios en los que aparentaba diferenciarse de Vox, la mayor parte del tiempo su política ha consistido en copiar su discurso y en combatir al Gobierno con la misma saña que ellos. Ha bloqueado con su veto la renovación de numerosas instituciones y, todavía hoy —tras un retraso de tres años—, el PP sigue bloqueando la renovación del Consejo General del Poder Judicial. Su lenguaje y sus formas en el Parlamento han degradado esta institución, convirtiéndola en un reality show, para descrédito de la política. Por otra parte, ¿alguien conoce alguna política en positivo de Pablo Casado? ¿conocemos sus alternativas para el cambio climático, la violencia de género, los casos de abuso sexual en la Iglesia, la despoblación, el retraso en ciencia de nuestro país o ante cualquier otro problema? Solo sabemos que ha criticado duramente, y votado en contra, de las leyes y propuestas que el Gobierno ha elaborado para enfrentar estos asuntos.

Un partido sin proyecto es como un barco sin motor, queda a la deriva y a merced del viento. Que Casado era un líder muy endeble se sabía desde que se presentó a las primarias de su partido frente a dos pesos pesados, como eran Sáenz de Santamaría y Cospedal. El odio de esta última a su rival y el trasvase a Casado de sus apoyos en la primera vuelta fueron los que propiciaron la carambola de su elección. Aquí sería aplicable aquello de que el aleteo de una mariposa puede provocar un tsunami en el otro extremo del mundo: la rivalidad política de dos mujeres ha traído como consecuencia una degradación sin precedentes de nuestra democracia y el ascenso vertiginoso de un partido liberticida como Vox.

El clima de polarización y de enfrentamiento creado por Casado y su equipo, y el señalamiento a los socialistas  —el “sanchismo” en su jerga despreciativa e irrespetuosa— como enemigos de España, se ha trasladado a sus votantes y los ha radicalizado. La sociedad española es hoy peor que la de la Transición. Hay más odio, menos respeto y más intolerancia que entonces, tal como atestiguan las llamadas redes sociales —a las que tal vez sería más apropiado llamar tribus asociales—. Eso es lo que explica el ascenso de Vox y de la antipolítica. Cada vez más personas descreen de la democracia y de los políticos gracias al lamentable espectáculo que han dado líderes como Casado. Para demostrar que no estoy haciendo leña del árbol caído, puede el lector echar un vistazo a mis últimas entradas y comprobar que siempre he criticado duramente su política de tierra quemada y demandado su relevo. Alguno de sus diputados —acusándole, ahora, de hacer una política infantiloide— sí que hacen leña de su líder, una vez derrotado este. Hubiera sido muy útil que lo hubieran hecho antes.

Por encima del morbo mediático de sí Casado ha sido o no maltratado, o de si sus correligionarios le defenestran ahora o después, lo que importa es qué va a hacer el PP cuando se produzca el relevo. Como —por una vez— bien ha dicho Aznar, lo importante no es “quién” sube o baja sino “para qué”. El señor Núñez Feijoo —presumiblemente, el nuevo líder— tendrá la oportunidad de encauzar al PP por otros derroteros más útiles para ellos y, sobre todo, para el país. Y, la primera asignatura que deberá aprobar, es qué va a hacer el PP en Castilla y León. Se trata de una decisión estratégica que marcará el futuro del PP en los próximos años. Si decidieran meter a Vox en el gobierno, se crearía una dinámica muy peligrosa en la que el propio PP podría dejar de ser una alternativa democrática y disgregarse en pequeños partidos, o hundirse, como le ha sucedido a la derecha en Francia y en Italia. Sería una irresponsabilidad dejar el liderazgo de la oposición a un partido tóxico como Vox.

Por el contrario, si deciden diferenciarse de Vox y, junto con otros partidos democráticos, establecer un cordón sanitario en torno a él, impidiendo que se apliquen sus políticas antidemocráticas, su futuro será más prometedor y también nuestra democracia será menos inestable. El futuro PP debería apostar por la moderación y la centralidad, reforzar las instituciones democráticas, acordar con el Gobierno en las políticas de Estado, desarrollar un proyecto creíble y competir por ser alternativa de gobierno. Será bueno para ellos y también para todos los demás.