“El dinero es el amo, cuanto mejor lo sirvas mejor te tratará” este es el primer “consejo” que recibe Marc Tourneuil (GadElmaleh), el hombre que está a punto de convertirse en el Presidente del banco Phenix, una de las entidades financieras más grandes de Francia al inicio de EL CAPITAL, la última película del director francés de origen griego, Costa-Gavras.

La cinta narra la historia de un auténtico “servidor” del capital, Marc Tourneuil, un pequeño escualo de manada, que es elegido como sustituto prescindible del presidente del banco Phenix, aquejado de una grave enfermedad. Gracias a una inteligencia de depredador fuera de lo común, Tourneuil abandonará la manada y se convertirá a lo largo de la cinta en el gran tiburón blanco que dominará las peligrosas aguas de Phenix.

Gavras retrata con rigurosidad y sin piedad el actual mundo de las finanzas bancarias, un espacio en el que nadie es de fiar, porque solo se trata de dos cosas: ganar dinero -cuanto más mejor- sin importar nada más; y conseguir poder, verdadero poder. La película muestra cómo el dinero -el Capital (en este caso el capital francés)- no tiene patria, desmontando con ironía el mito de que el capitalismo europeo es “mejor”, “más ético”, que el capitalismo americano. La cinta no hace concesiones, el capitalismo es igual de despiadado en todos los países, porque su lógica es hacer dinero, y más dinero, sin importar cómo. Hay una escena, que roza la obscenidad, en la que se planifican diez mil despidos con el único objetivo de que suban las cotizaciones de las acciones de Phenix: cuantos más despidos mejores resultados y más beneficios para los accionistas. El propio presidente de la Entidad, Toruneuil, se asegura cobrar 3.000 euros en ‘bonus’ por despedido antes de dar luz verde a la operación.

Pero, lo que más me ha impresionado de la cinta es cómo muestra Costa Gavras el gran problema que tenemos en la actualidad en todo el mundo, también en la vieja Europa: gracias a una globalización desregulada, que ha propiciado que el dinero se mueva con libertad absoluta a la velocidad de un “clic” sin cotizar en ninguna Hacienda Pública, la democracia está secuestrada por los depredadores que “sirven” al Capital. El poder político está al albur de las decisiones de personas sin escrúpulos a las que nadie ha votado. Los presidentes y altos directivos de las grandes empresas financieras no se presentan a las elecciones -en muchos casos ni siquiera sabemos quiénes son los que manejan los hilos de verdad- pero son ellos los que fuerzan al poder político para que trabaje en su exclusivo beneficio de apropiación de las rentas. Imponen desregulaciones, deslocalizaciones y normativas a su medida que nos están devolviendo a las catacumbas laborales del inicio de la Revolución Industrial, para continuar acumulando cuanto más capital mejor y así mantener su poder sobre el resto de la sociedad.

Otro aspecto que muestra la cinta es la escandalosa desigualdad que se está produciendo. El selecto club de multimillonarios financieros que gobierna el mundo ostenta un nivel de vida de lujos y derroches que es inimaginable para el resto de los ciudadanos. El salario medio de cualquier trabajador de la Unión Europea es tan insignificante como un mondadientes de madera, de esos que se tiran al suelo en los bares, comparado con los sueldos estratosféricos de cualquiera de estos “servidores” del capital. No digamos ya si hablamos del salario medio de un africano, o un sudamericano o un chino.

La película, además, tiene la virtud de ser un alarde de cine de suspense. Está realizada con la técnica del mejor thriller, manteniendo al espectador pegado a la pantalla sin pestañear para no perder comba. Gavras, que es autor reconocido con los premios más importantes del cine por películas tan brillantes como “Z”, “Desaparecido”, “La caja de música” o “Amén”, juega en esta ocasión con el guión de forma magistral hasta el final, de tal forma que no se desvela todo el contenido de la trama hasta el último minuto de la cinta. Los actores están espectaculares cada uno en su papel, bien dirigidos y muy bien elegidos.

La película está basada en la novela homónima del autor francés Stéphane Osmont y su título es perfecto: ‘El Capital’.

Es perfecto, porque cierra el círculo de una cinta que no hace ninguna concesión a los “malos”, a los “servidores” del capital. Como ya alertara Karl Marx en su famoso “best seller”de 1867, titulado igual que esta cinta, el sistema capitalista es perverso en sí. Su principal afán es la acumulación de más capital y más poder en una espiral sin fin que se traga todo, cuando está libre de ataduras, normas o tasas como ahora.

Como estamos comprobando con esta enésima crisis, las crisis del capital sirven sobre todo para que ese selecto grupo de poderosos y adinerados, que nos gobierna, engorde cada vez más sus rentas, de tal manera que la brecha de la desigualdad crece sin fin. En esta crisis actual se está llegando a un límite que ya se sobrepasó en los años treinta con dramáticos resultados. Cuando el capital de unos pocos aumenta tanto, de forma tan desmesurada, y la gran mayoría pierde derechos, y comienza a pasar demasiadas necesidades básicas hasta el límite de comprometer una supervivencia digna -como se comprueba ahora cada día- los riesgos sociales crecen y la bola de nieve no se sabe hasta dónde puede aguantar antes de convertirse en alud.

En la época de la Gran Crisis del 29 le preguntaron a Groucho Marx en una entrevista su parecer sobre la crisis económica y él contestó que no entendía nada de economía, pero que algo grave pasaba cuando los neoyorquinos estaban dejando de alimentar a las palomas y eran éstas las que habían pasado a alimentar a los neoyorquinos.

Cintas de denuncia como esta ayudan a entender lo que sucede de forma clara. Urge reaccionar antes de que el puchero de paloma se convierta en el plato del día.