Rajoy también utilizó contundencia en sus discursos para asegurar que sus reformas “han colocado a España en la buena dirección”, pese a que ya debía intuir cómo iban las cifras del paro que se iban a publicar solo dos días después y que, curiosamente, esta vez no fueron filtradas con anterioridad por el Gobierno para adornar su discurso. Imagino que la razón es que los datos no estaban para adornar nada.
Lo realmente preocupante, en todo esto, es que hemos llegado a un punto donde los que mandan creen que tienen potestad para hacernos ver las cosas como ellos quieren que las veamos y que, cuando decimos “no me tomes por tonto”, esgrimen graves acusaciones sobre lo vándalos y delincuentes que son los ciudadanos rebeldes.
El martes amanecimos con datos escalofriantes: mientras seguía el eco del gobierno gritando a diestro y siniestro que sigue la buena tendencia del empleo, el paro registraba su peor dato con más de 4,8 millones de personas en sus filas, y el empleo caía a niveles de 2002, con poco más de 16 millones de personas trabajando. En total, un 2,4% de parados más que el mes anterior y 184.031 afiliados menos a la Seguridad Social, que convierten a esta lacra en la peor pesadilla de muchas familias.
El paro se ha incrementado en todas las Comunidades Autónomas (menos en Baleares, donde el descenso ha sido insignificante), siendo nuevamente los jóvenes menores de 25 años y las mujeres quienes más sufren esta situación, con incrementos del 4 y del 2,9 por ciento, respectivamente, siendo la edad y el sexo factores de vulnerabilidad de cada vez más peso.
También se incrementa la precariedad, siendo más del 92% de los contratos eventuales. El fin de la campaña de Navidad ha destruido empleo en todos los sectores. Pero aun así, desde el Gobierno se nos dice que hay indicios de mejora, que salimos de la trinchera de la crisis y el presidente del Gobierno se permite el lujo de hablar del paro en pasado. Da igual queen el presente las cifras reales sean peores de las que reflejan las estadísticas puesto que no tienen en cuenta a los que se han ido de España o a aquellos que dejan de ir a las oficinas de desempleo a apuntarse porque ya no encuentran sentido a hacerlo.
Mientras los ciudadanos contemplan el fracaso de una política económica equivocada y se confirma que España adolece de problemas estructurales que son esenciales para continuar para delante y que no se han resuelto, los que toman las decisiones insisten en que el problema es fruto de una herencia recibida ante la estupefacción de la gente que, cansada, harta y con la convicción de que les están tomando por idiotas, salen a la calle a protestar, a pedir soluciones, a denunciar la realidad que vivimos los ciudadanos mientras ellos presumen de haber resuelto situaciones que a la vista está que no están resueltassino peor, dos años más tarde.
¿Y cuál es la respuesta del Gobierno?. Pues la de disolver a golpes y con fuertes cargas policiales a los individuos que protestan por las políticas que se están llevando a cabo. Es lo que pasó por ejemplo en Valladolid, cuando unas 70 personas salieron de forma pacífica a protestar coincidiendo con la celebración de la Convención Nacional del PP y se encontraron con una violencia policial desproporcionada, que ha dejado varios heridos, entre ellos una mujer con marcapasos que terminó ingresada por un ictus cerebral tras recibir varios golpes y zarandeos. Reminiscencias de tiempos pasados donde la represión se imponía a la libertad, donde de la democracia sólo encontrábamos la inicial, pues dictadura comienza también con “d”.
Señores y señoras del Gobierno:los ciudadanos no somos delincuentes, y las manifestaciones pacíficas, los escracheso cualquier acto de explosión social motivado por unos ciudadanos hartos de que se les tomen por idiotas, son “un mecanismo de participación democrática de la sociedad civil y expresión del pluralismo de los ciudadanos”. Así lo ha dicho la Audiencia de Madrid, que ha rechazado el recurso de la Fiscalía contra el archivo sobre la manifestación ante la casa de Soraya Sáez de Santamaría. Los ciudadanos, pese a quien pese, podemos participar democráticamente y protestar ante lo que no nos convence. Los ciudadanos no solo vamos a la urna cada cuatro años y luego callamos y acatamos, por mucho que les guste a algunos mandarnos callar. Y ahora, que estamos cansados, que estamos desilusionados, que peligra el pan de nuestros hijos y nuestras pensiones futuras, tenemos más fuerza que nunca para decir que hay que cambiar las cosas y, sobre todo, para recordarles que no nos pueden tomar por idiotas.
Un ejemplo más: el Gobierno acaba de anunciar que sube la cuota fija de la luz para “ayudar a las familias con hijos”. Da igual que la falta de recursos esté desembocando en procesos de pobreza energética donde la gente procura que su consumo sea menor para poder ahorrar, o simplemente porque no puede pagar el recibo cada mes. Cada vez hay más españoles que no encienden los radiadores y que viven a media luz, en un esfuerzo por no gastar. La solución de los que deciden al amparo de una mayoría absoluta (que no absolutista), una vez más pasa por perjudicar al más débil porque ya no le va a servir no consumir para ahorrar. Tal vez haya que dejar de tener luz en casa y volver a aquellos tiempos de la España profunda donde la electricidad era un lujo. Los que están al límite de la pobreza se sienten cada vez más excluidos del sistema. Pero el motivo que se alegapara la enésima reformaes beneficiar a los que más hijos tienen y, ya de paso, aunque no se diga, a los que más consumen, que son aquellos que no se privan de nada porque les sobra de todo. Un número de privilegiados que, para vergüenza del ser humano, se ha multiplicado desde que empezó la crisis, en contraste de aquellos que cada vez tienen menos para subsistir.
Dicen desde el Gobierno que la reforma laboral empieza a dar sus frutos. Por el momento, aparte de no solucionar el problema del paro, lo único que se ha encontrado es una bajada salarial de un 10% desde que entró en vigor y el ya mencionado incremento de la eventualidad. Las consecuencias más inmediatas, lejos de salir de la crisis, es que más gente es cada vez pobre a pesar de estar trabajando. Tener un trabajo ya no trae asociada la condición de dignidad, y el futuro, de seguir así, pasa por la pobreza social y el subdesarrollo. Por mucho que nos manden callar, por mucho que repitan las mismas mentiras cien veces, o acusen a quienes ponemos voz a esta triste situación de antipatriotas que hieren la marca España, la realidad está en la calle, como lo están los ciudadanos indignados, cabreados y con ganas de luchar que, con sus actos, piden a gritos que, por favor, dejen de tomarnos por idiotas.