Es evidente que la invasión rusa de Ucrania ha relanzado el papel de la OTAN como principal proveedor de la seguridad en la región transatlántica, desde Vancouver en Canadá hasta Tallin en Estonia. Es en este nuevo contexto, en el que la cumbre de los líderes de la Alianza Atlántica, celebrada en Madrid los días 28 a 30 de junio de 2022 pasará sin duda a la historia.
Pedro Sánchez, presidente del gobierno, y su ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, se anotan así un gran éxito diplomático y político para Occidente y España. Para empezar, la reunión se ha organizado de manera solvente, superando todas las dificultades logísticas que esto implica. Se refuerza así a nuestro país como socio confiable y eficiente, plenamente insertado en la comunidad occidental, en su doble dimensión europea y atlántica. Pero sobre todo, los resultados políticos y estratégicos obtenidos en este encuentro constituyen un importante punto de inflexión para las treinta democracias que integran la Alianza, y que han sido igualmente facilitados por España en su calidad de país anfitrión.
En primer lugar, la cumbre ha mandado un mensaje claro de fortaleza y unidad frente a Putin, demostrando, como dice el editorial del Financial Times del 28 de junio de 2022, que “la OTAN entiende la magnitud de la amenaza y que está lista y preparada para defenderse ante cualquier intento ruso de ir más allá de Ucrania”. Por un lado, se ha invitado a Finlandia y Suecia a adherirse a la organización defensiva, países tradicionalmente neutrales, al calor de la agresión de Putin a Ucrania. Esto ha requerido importantes esfuerzos diplomáticos orientados superar las reticencias de Turquía. Con la incorporación de estos dos países nórdicos, dotados de fuerzas armadas modernas y bien formadas que llevaban tiempo participando en los ejercicios de la OTAN, se reforzará nuestra defensa colectiva, y también el flanco oriental de la Alianza, pues se mejorará la protección de Lituania, Estonia, Letonia, estados que en los antiguos planes operativos se daban por perdidos en primera instancia en el escenario de un ataque ruso, y del Mar Báltico en su conjunto. Asimismo Putin obtiene lo contrario de lo que perseguía al invadir Ucrania, es decir, la ampliación de la OTAN.
Además, al ser Finlandia y Suecia también miembros de la Unión Europea, se refuerza la coherencia geo-estratégica de Occidente, con el sistema de la doble membresía (23 de los 27 estados miembros de la UE lo serán también de la Alianza Atlántica), facilitando aún más la necesaria colaboración entre la UE y la OTAN en materia de seguridad y defensa, lo que debe impulsarse con la declaración que se está preparando. La UE ha estado representada en la cumbre de la OTAN al más alto nivel.
Por otro, se ha aprobado el nuevo Concepto Estratégico de la Alianza Atlántica, el cual debía ser actualizado a un mundo mucho más complicado y geopolíticamente hostil. Este documento fija la estrategia de defensa colectiva de la OTAN para la próxima década. Ésta tiene por objetivos la disuasión, la defensa territorial, la prevención y la gestión de crisis, y la seguridad cooperativa. Se mencionan como amenazas al terrorismo, la inestabilidad en el Mediterráneo y Oriente Medio, las implicaciones de seguridad del cambio climático, los ciberataques, y sobre todo, como es natural, Rusia, que deja de ser considerado “socio”, como se le refería en el concepto anterior de 2010, para ser catalogado como el peligro más relevante y directo. La Alianza adopta asimismo un enfoque global, al mencionar el reto de China y el de la región indo-pacífica, y haber invitado a la cumbre, por primera vez, a los líderes de Australia, Corea del Sur, Japón, y Nueva Zelanda.
En segundo lugar, y en línea con los dos puntos anteriores, la cumbre ha decidido reforzar la defensa territorial, con el establecimiento de bases permanentes y el aumento de 40.000 a 300.000 los efectivos militares listos para ser activados en caso de agresión a un país aliado, particularmente en el flanco oriental, lo que incluye aumentar las rotaciones de tropas en los países bálticos, establecer un cuartel general en Polonia, estacionar un contingente de 5.000 soldados en Rumanía, y reforzar la defensa aérea de Alemania e Italia. Esto supone en la práctica un mayor compromiso de los Estados Unidos con la defensa territorial europea, y por consiguiente un refuerzo del vínculo transatlántico, lo que es positivo, y que será difícil de revertir aun cuando cambie el ciclo político al otro lado del Atlántico. Este renovado apoyo norteamericano al Viejo Continente no debe interpretarse como un desincentivo al desarrollo de la Europa de la Defensa. Ésta es necesaria en todo caso como pilar europeo de la comunidad transatlántica de seguridad, y concretamente para la implementación de las misiones en las que no sea necesaria o posible la participación estadounidense. De ahí la importancia de poner en marcha la Fuerza de Reacción Rápida compuesta por no menos de 5.000 efectivos y que ha propuesto Josep Borrell, Alto Representante de la UE para la Política Exterior y de Seguridad y Vicepresidente de la Comisión Europea, en la Brújula Estratégica.
En tercer lugar, los líderes del mundo atlántico han renovado el compromiso de alcanzar un gasto en defensa equivalente al 2 por ciento del Producto Interior Bruto, objetivo que países como Alemania o España están lejos de alcanzar, y cuya consecución hay que acelerar, no solo por la amenaza de Putin, sino también para evitar polémicas destructivas con Washington. El canciller Scholz anunció poco después de la invasión de Ucrania un plan de inversiones en defensa de 100.000 millones de euros. El presidente Sánchez se ha comprometido a alcanzar el objetivo en 2029. Además la cumbre ha acordado un “significativo incremento” del presupuesto de la propia OTAN. No debe verse este impulso a las inversiones militares como una renuncia ideológica para la izquierda, ni mucho menos como el clásico dilema presupuestario entre gastar en tanques o mantequilla. Solo asegurando nuestra seguridad podemos aspirar seriamente a eliminar la pobreza, alcanzar el pleno empleo, o luchar contra el cambio climático.
En cuarto lugar, los Aliados han reiterado el apoyo político, financiero, y sobre todo, militar a Ucrania, lo que se concreta en nuevos compromisos de suministrar armamento pesado y más sofisticado, y sin pasar por alto que el Consejo Europeo del 23 de junio de 2022 otorgó a este país el estatuto de candidato a la adhesión a la UE. En lo que a armas se refiere, Estados Unidos aportará defensas antiaéreas más avanzadas, municiones para los lanzamisiles, y radares. El Reino Unido suministrará drones y equipamiento de guerra electrónica, y Francia sistemas de artillería. Ante una guerra de desgaste que se prevé larga, es imprescindible dotar a Kiev de los medios necesarios para frenar y repeler la invasión, de modo que pueda recuperar su integridad territorial.
Por último, España ha conseguido para sí misma varios e importantes logros estratégicos, con la mención al flanco sur y al Sahel en el nuevo Concepto Estratégico de la OTAN, y la inclusión del objetivo de la defensa de la integridad territorial de los países Aliados, ampliando así el arco de protección geográfica a Ceuta y Melilla, ciudades que técnicamente no están incluidas en el ámbito del Tratado de Washington al no estar situadas ni en Europa ni en Norteamérica. También se ha revitalizado la relación bilateral con Estados Unidos, todavía aquejada del desencuentro provocado por la precipitada retirada de las tropas españolas de Irak en la época de George W. Bush. El presidente Biden ha definido a España como “aliado indispensable”, y se ha acordado aumentar de cuatro a seis los destructores estadounidenses en la base de Rota, en el marco del nuevo convenio, y en la estela del refuerzo de la misma logrado por la entonces ministra socialista de Defensa, Carmen Chacón.
Todo lo anterior no debe dar lugar a ninguna autocomplacencia. Una OTAN compuesta por 32 estados decidiendo a la unanimidad presenta problemas evidentes, como el veto inicial de Turquía a la adhesión de los dos estados nórdicos ha puesto de relieve. Un hipotético regreso de Trump a la presidencia de los Estados Unidos volvería a poner en solfa la relación transatlántica.
Además, Occidente se encuentra librando una guerra indirecta con Rusia que se anuncia dura y prolongada en el tiempo. Su poder económico, y su base industrial, son muy superiores a los del agresor. Sin embargo, se echa muy en falta políticas macroeconómicas y energéticas de ámbito europeo destinadas a controlar la inflación, sin recurrir a la subida de tipos de interés. El encarecimiento del precio del dinero es una estrategia de eficacia dudosa ante las subidas de los precios de la energía y las materias primas, con el riesgo añadido de recesión que conlleva endurecer la política monetaria. Sin el apoyo de los sectores populares, más afectados por la pérdida de poder adquisitivo, flaqueará la determinación que hasta ahora mantenido frente al dictador del Kremlin.