Maldito sea el virus que te robó tus últimos años de vida. Y más maldito sea, si se puede, por impedir que tus innumerables amigos y compañeros puedan juntarse en uno de esos actos en los cuales se rinden los honores al militante, al hombre político, con quien todos y cada uno de nosotros tiene una deuda eterna. Y en el cual, también, se puede presentar a la familia el testimonio de admiración por el ser perdido y la empatía con su dolor. Por lo tanto, aquí vienen, para toda ella, mis doloridos recuerdos.
Au revoir Goizalde. Tú, que hablabas un perfecto francés, ¿quién, hoy, te puede identificar con el tan conocido Enrique Múgica? Goizalde era tu sobrenombre cuando Felipe era Isidoro, Nicolas, Juan y Alfonso, Andrés. Seguramente pocos y, si así me despido de ti es por puro egoísmo. Porque quiero guardar muy míos unos recuerdos que compartimos pocos supervivientes de una época y una lucha en las cuales la libertad parecía alcanzable, pero todavía incierta.
No faltarán mensajes y artículos que celebren tu protagonismo en una larga, larguísima lucha por la libertad, que era tu pasión y después en la época más dichosa de nuestra historia. Las efemérides esenciales de tu largo recorrido político y público se van a repetir, a pesar de la penosa y lúgubre actualidad que extiende su obscura manta sobre nuestras vidas. Por lo tanto no voy a escribir lo que otros harán mejor que yo.
Pero, entresacados de nuestros numerosos encuentros y conversaciones, quiero relatar dos datos que son muy personales.
El primero, fue durante tu última visita a Toulouse, ya estaba muy alejada nuestra transición democrática, tanto en el tiempo como en las mentes. Me pedístes entonces que te señalase una buena librería de lance en la villa. Te propuse acompañarte. En la Bible d’Or, un pequeñísimo comercio situado en nuestra rue du Taur, cuyo propietario, un convencido monárquico, acogía con cordialidad a los republicanos españoles, compraste una esplendida edición antigua en numerosos volúmenes de la Histoire de la Revolution française de Jules Michelet. Porque adorabas y acumulabas los libros, muchos millares repartidos por toda tu casa. Quien ama los libros suele amar los seres humanos.
El secundo recuerdo, éste en Madrid, cuando me contabas con cuanto orgullo habías viajado a Israel, siendo el primer dirigente socialista en hacerlo y, si no me equivoco, también el primer miembro de un gobierno español. De sobra se entiende por qué. Pero, así mismo, al comentármelo, demostrabas tu inmensa tolerancia, salvo con los enemigos de la libertad, que también lo son de la vida.
¡Te saludo Goizalde! ¡Qué bella aventura hemos vividos juntos! Nadie nos la podrá robar.